El almendro tiene su origen en las regiones montañosas de Asia Central. La proximidad de las poblaciones silvestres naturales con centros de civilización en las montañas de Asia Central hicieron posible su cultivo desde épocas remotas. La difusión a diferentes países asiáticos se vio favorecida por el hecho de que la semilla era al mismo tiempo la unidad de propagación y la parte comestible. De este modo se distribuyó por Persia, Mesopotamia y, a través de rutas comerciales, por todas las civilizaciones primitivas.
El  almendro se cultiva en España desde hace más de 2.000 años,   probablemente introducido por los fenicios y posteriormente propagado   por los romanos, ya que ambos lo hicieron motivo de comercio, como se ha   comprobado por los restos hallados en naves hundidas. Su cultivo se   estableció al principio en las zonas costeras, donde sigue predominando,   pero también se ha introducido hacia el interior e incluso en las  zonas  del norte, donde el clima no le es muy favorable.
El    almendro es una especie muy rústica,  por lo que sobrevive en   condiciones  muy complicadas, aunque disminuye  su rentabilidad. 
Es    un frutal de zonas cálidas,  por lo que resulta poco tolerante  al   frío, requiere escasas horas-frío  (200-400) y es muy tolerante a la    sequía. 
Demanda    un largo período para la maduración  del fruto, de forma que la   floración  tiene lugar en enero y hasta nueve  meses después no se   recolecta.  
Se    puede producir en secano de 300 mm,  pero la rentabilidad se asegura a    partir de los 600 mm. Para que se  lleve a cabo una adecuada   polinización  hay que tener en cuenta los factores  climáticos que   afectan a las  abejas (frío, heladas, lluvia,  etc.), 
Prefiere    suelos sueltos y arenosos, aunque  vegetan en francos. Le son   perjudiciales  los suelos encharcadizos y pesados,  ya que no resiste la   asfixia radicular  y es muy susceptible a los ataques  de Armillaria y   Phytophthora.

 
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